Eugenia Codina Desde mi ventana

viernes, 9 de enero de 2015

Un resfriado holandés

Estoy resfriada. Me pica la nariz, me lloran los ojos, me duele la garganta. Siento la cabeza embotada con un leve pero pertinaz dolor de cabeza. A esta hora de la tarde ya me he tomado tres paracetamoles. Después de tomarme uno me siento bien durante una hora e incluso pienso que ya voy superando el resfriado,  una  ilusión que pasa junto al efecto del paracetamol.
En este momento noto que me está bajando su efecto benefactor. En la nariz noto esta sensación de estornudo que no llega a su culminación por la vía normal y me sube por el ojo, transformándose en lágrima. Aún me quedan varios días de resfriado porque empecé hace solo dos días y por experiencia sé que un catarro dura al menos una semana.

La última vez que tuve un resfriado de esta categoría, estaba en Barcelona. A pesar de las molestias salí con una vieja amiga barcelonesa. Mientras tomábamos un té, se sorprendió de mis ojos llorosos y mi moquera. Me preguntó que qué tomaba para curarme el resfriado. Yo le dije que nada, que qué iba a tomar. Que ya sabemos todos el cliché de que ¨ la ciencia puede enviar un cohete a la luna pero no puede curar el resfriado común¨. Cómo que no, me dijo ella. Vas a la farmacia, te compras un antibiótico que te tienes que tomar tres días y listos. Yo le contesté lo que hubiera contestado cualquier holandés: - No puedo comprar antibiótico porque no tengo receta. Tendría que ir antes al médico de cabecera-.
Me dijo que no mujer, que no hace falta. Te acompaño a la farmacia y lo compramos.
Efectivamente, fuimos a la farmacia más cercana donde, ante mi asombro, sin preguntarme si tenía receta o si había ido al médico me dieron una caja de antibióticos, previo pago de una cantidad que ahora no recuerdo. El antibiótico me fue de maravilla porque la cabo de tres días me encontraba mucho mejor.
El asombro que experimenté en la farmacia provenía de que en Holanda sería imposible una transacción de este tipo. Para empezar, los medicamentos están muy controlados y las farmacias solo dispensan las tabletas exactas que ha prescrito el médico. Si el médico ha recetado diez tabletas, la farmacéutica las cuenta, las pone en un frasco y hace una etiqueta con tu nombre y  la información de la receta. No es por nada que ir a la farmacia en Holanda puede durar un rato largo porque tienen que atender a cada cliente individualmente, leer la receta, ir a la rebotica, contar las pastillas  o poner el jarabe en su botella correspondiente e imprimir tres páginas de instrucciones por medicamento.
Al ver cómo funciona este sistema me ha llevado a pensar que el problema de la sanidad en España se solucionaría si se introdujera esta sobriedad en dispensar medicinas.
La sobriedad no atañe solo a las farmacias. Los médicos son reacios a medicar para males menores. El paracetamol es en Holanda como la poción mágica de Asterix: sirve para todo, especialmente para evitar dar antibióticos, si no es estrictamente necesario. A veces el médico de cabecera dice: ¨si quiere le doy algo más fuerte pero si pasa con una aspirina y descanso mejor. Si se sigue encontrando mal, vuelva a verme que le daré antibiótico". Esta última palabra la dice como si le arrancaran una muela.

Así que mi destino de los próximos días es sonarme la nariz, abrigarme bien, tomarme un paracetamol con un té caliente y esperar a que la naturaleza siga su curso porque de la clase médica y paramédica holandesa no puedo esperar nada.