Foto: Eric Codina
Hoy he pasado por el centro de Rótterdam donde se trabaja desde hace años en un edificio muy innovador en Holanda: un mercado cubierto. Esta idea es revolucionaria porque tradicionalmente el mercado en Holanda es ambulante y limitado a dos días a la semana. Es atrevido romper con esta costumbre. Los iniciadores del proyecto cuentan con que los holandeses quieran un mercado fijo gracias a sus viajes a los países del sur. El mercado de la Boqueria en Barcelona es una de las atracciones turísticas que más éxito tiene entre los holandeses. Aquí en Rótterdam han cogido el concepto de los mercados de Madrid, Valencia y Barcelona y lo han modernizado. Están construyendo un magnífico edificio en forma de herradura que tendrá viviendas por la parte exterior y un mercado cubierto en el arco de la herradura. Además van a construir en los pisos inferiores un aparcamiento, claro, y un gran supermercado. en el interior.
En definitiva, la ambición de los arquitectos es construir el mercado de la Boquería en medio de Rótterdam. Al menos esto es lo que parece viendo esta filmación de promoción del Markthal, como se llama el proyecto, en la que se han insertado imágenes del mercado tal como será en el futuro: en realidad son imágenes del famoso mercado barcelonés.
En estos momentos de tensión entre el sur y el norte de Europa a causa de la crisis, llama la atención ver una fusión de las culturas europeas de esta magnitud.
Hace dos semanas estuve en la playa de Hoek van Holland. Era el primer día que hacía sol en todo el año. A causa del frío, los paseantes íbamos protegidos con abrigos, bufandas y guantes. A pesar de esto, los holandeses estaban tan contentos de ver el sol como los caracoles después de la lluvia.
Paseando por esta playa, que está en el municipio de Rótterdam, me fijé en lo distinto que era este paseo por la playa a mis recuerdos de pequeña en las playas barcelonesas. Ir a la playa en mi infancia significaba pasar calor, nadar y celebrar el verano. Aquí no. Aquí veo contenedores de petróleo en el horizonte, molinos de viento, paquebotes haciendo cola para entrar en el puerto. Y más lejos, buques de carga. Como diría un holandés pragmático: huele a dinero.
Al pasar por la escollera me topo con un búnker. No es una metáfora. Literalmente, un búnker emerge entre las arenas de la playa. Más allá veo un grupo aparcado delante de una casamata. En realidad, hay cientos de búnkeres cubiertos por la arena. Ya nadie sabe cuántos son. Es el Atlantikwall.
El Atlantikwall, o el Muro Atlántico, fue la gran pifia estratégica del ejército alemán durante la II Guerra Mundial. Una obra faraónica que comprendía 15.000 fortificaciones que iban de Francia hasta Noruega. Reforzaron sobre todo la zona de Hoek van Holland porque se temían (no sin lógica) que si había un desembarco aliado, sería por allí. Inglaterra está solo a unas cuantas horas en barco de distancia. En la actualidad es el punto de más tráfico marítimo entre Holanda e Inglaterra.
Este esfuerzo en construir una línea de defensa fue un gasto inútil porque los aliados desembarcaron en Normandía después de engatusar a los servicios de inteligencia alemanes con figuras tan inefables y extravagantes como Garbo. Al menos, si hay que creer la descripción del historiador Ben Macintyre en La historia secreta del día D. Y ahí han quedado para la posteridad estas cáscaras de cemento armado que las nuevas generaciones ya no saben ni dónde están ni para qué sirven. Ahí está, enterrada y olvidada, la vieja Europa en guerra consigo misma.
Bajo la arena de la playa se esconde una cadena de búnkeres que se extiende por la costa europea.
Acabo de leer En nombre de Franco, de Arcadi Espada.
Aunque el título pueda sugerir lo contrario, estamos ante un libro atrevido y vanguardista tanto en el contenido como en la forma. Un libro muy bueno, un antídoto contra la vagancia mental. Me explico.
El libro es el resultado de cinco años de investigaciones sobre un tema poco conocido en España: los diplomáticos españoles que ayudaron a salvar a ciudadanos europeos judíos durante la II Guerra Mundial. El libro en concreto se centra en el embajador Sanz Briz en el Budapest de 1944. Investigando sobre los documentos que siguen la pista a Sanz Briz, Espada descubre dos cosas que son las que forman la tesis del libro: primero, que el hasta ahora único héroe de Budapest, Giorgio Perlasca, no lo era tanto como él mismo había proclamado y segundo, y más importante para entender el atrevimiento del libro, que Sanz Briz actúo siguiendo órdenes del gobierno franquista. Es decir, que la orden de salvar judíos venía de Franco.
Ante esta tesitura el lector se queda un poco descolocado. No se puede leer este libro volando con el piloto automático. Hay que seguir al autor en sus investigaciones, reflexiones y descubrimientos y seguir leyendo el libro dejando los prejuicios a un lado. Aunque parezca raro que Franco, el cual no se lo pensaba dos veces antes de fusilar a los vencidos, fuera capaz de una buena obra, hay que darle a la manivela y pensar. A eso nos ayuda el mismo autor.
El tema es que salvar a las víctimas del exterminio nazi fue política del gobierno español en los últimos meses de la II Guerra Mundial. La motivación era oportunista: Franco se olía la derrota nazi y quería congraciarse con los aliados, especialmente Estados Unidos. El oportunismo, aboga Espada, no le quita mérito al hecho de que se salvaran vidas, y no pocas. En dos semanas, los nazis húngaros fueron capaces de matar a quinientas mil personas. Pronto se dice, quinientas mil personas. La embajada española en Budapest logró dar salvoconductos y proteger a, al menos, dos mil ciudadanos perseguidos. Primero con la excusa de que eran sefardíes y por tanto españoles. Al final ya cualquiera excusa era buena ante la locura asesina de los nazis húngaros.
El atrevimiento del autor no está en reivindicar la figura de Sanz Briz sino en decir que Franco hizo algo positivo y en poner los puntos sobre las íes al héroe oficial, como era el italiano Giorgio Perlasca. Tal como dice Espada, se portó como un héroe pero se puso más plumas en el sombrero de las que le tocaban.
El libro es vanguardista porque no es un libro de historia al uso. El autor combina la investigación de los hechos con el impacto que le produce el viaje a Auswitchz y sus propias reflexiones sobre las diferentes caras del nacionalismo. La investigación duró cinco años y Arcadi Espada es un tipo curioso, lo cual se nota durante la lectura. En varios momentos de la investigación parece que Espada vaya a seguir a algunos de los otros fascinantes personajes que saltan desde las páginas del libro. Pero el investigador detiene al periodista y le mantiene a raya: sigamos por el camino que nos hemos trazado. Está claro leyendo el libro que Espada podría sacar al menos cuatro libros más con el material que ha ido recogiendo.
Lo que hace la lectura del libro agil y fluída en un tema tan duro como es el que cubre esta obra, es que el autor no ha puesto la exhaustiva documentación en notas a pie de página sino que la ha ido colocando al final del libro con código QR incluído de forma que se pueda acceder a la documentación con un aparato móvil.
El libro en papel es solo una parte de la obra. Le acompaña una magnífica sitio web en el que se encuentra toda la documentación así como las fotos de los personajes que aparecen en el libro. También hay un apartado abierto en el que el autor enumera las pistas sueltas que le han quedado para ver si hay alguien en el mundo que le pueda aportar la información que le falta. En realidad, al ver este formato, me pregunto por qué no todos los libros de historia e investigación se presentan siempre de esta forma. Gracias a este formato, el autor ha podido montar el libro en capítulos relativamente cortos que actúan como cliff hangers, lo cual le da gran agilidad a la narración de las pesquisas, incluídas las reflexiones espadianas.
Se nota en el libro que Espada ha tenido que hacer un gran esfuerzo de selección de material para poder contar su trayecto investigador de forma coherente sin dejarse los matices que le han llevado a escribir un libro en el que mantiene dos tesis tan poco populares (Franco hizo algo bien y Perlasca exageró su papel como salvador). Y la verdad es que lo consigue. El resultado final es una plaza mayor en la que convergen las calles principales de la ciudad.
Es un verdadero placer leer un libro que busca la verdad con pasión y precisión.
La nueva palabra del siglo XXI es procrastinación.
Me lo pregunto porque llevo tantos años viviendo en Holanda, que ya no sé hasta que punto mi extrañeza ante el comportamiento español tiene que ver con los casos aislados o con la cultura.
Pongo un par de ejemplos para ilustrar las diferencias:
- En España se puede hacer una cita por razones tanto informales como de trabajo de un día para otro o el mismo día. - En Holanda solo se puede quedar a semanas vista o incluso meses, tanto con amigos como con relaciones de trabajo.
- En España el multitasking es normal, incluso da la impresión de eficiencia. - En Holanda el multitasking es de malaeducación. Punto.
- En España anular una cita media hora antes parece ser normal o no aparecer en una cita. - En Holanda es impensable.
Esto es lo que voy pensando mientras asimilo el plantón que me acaban de dar.