Eugenia Codina Desde mi ventana

viernes, 19 de diciembre de 2014

SantaCon de San Francisco a Barcelona

Alarmante cantidad de Santas subiendo por una de las calles de San Francisco (foto Isabel Koopman

Mi hermana, que vive en San Francisco, me envía estas fotos que ha tomado con su móvil. La ciudad se encontraba el pasado sábado prácticamente invadida por Papás Noeles. Este fenómeno llamado Santacon, ya se ha extendido a muchas ciudades de los Estados Unidos y, ahora,  a Europa.

La invasión de Santas (que es como les llaman al Papá Noel en Estados Unidos) ha llegado ya a España. Concretamente, mañana 20 de diciembre hay un Santacon convocado en Barcelona (empieza a las 2 de la tarde en Arc de Triunf, ver página en Facebook).

El Santacon se organizó por primera vez en 1994 como una forma lúdica de ridiculizar la comercialización de las fiestas de Navidad. Y es que en Estados Unidos las Navidades se toman muy un serio. Es el gran momento del comercio ya que el intercambio de regalos llega al límite del absurdo: vecinos, colegas, amigos, gatos y perros, todo el mundo recibe regalos. Para no hablar de la profusión de decoraciones navideñas que se extienden desde los camiones de los bomberos hasta los "sintecho¨ que piden limosna con el gorro de Papá Noel calado hasta las cejas.

Y naturalmente, el absurdo pavo, que no es que sea absurdo por ser pavo sino por su tamaño. Las casas americanas están armadas con enormes hornos en los que poder asar el ¨pájaro¨ como ellos le llaman. Los americanos están ya conformados en que van a tener que llevarse el táper con ensalada de pavo al trabajo durante dos semanas. O comer bocadillo de pavo en sus diferentes variantes. Porque la realidad es que por grande que sea una familia es incapaz de comerse a un brontosaurio con alas.
Dicho esto,  a pesar de la comercialización, de la obligación de hacer regalos hasta al tendero de la esquina y de la excesiva presencia de pájaros gigantescos en las mesas, nunca me he divertido tanto en Navidades como en San Francisco. Los americanos no tienen rubor en entrar totalmente en el espíritu de las fiestas. No se cortan nada en ponerle una diadema de reno al perrito o en ponerse los famosos (y ahora tan de moda) jerseys con motivos navideños. Y esto es lo que hace que estas fiestas sean tan simpáticas y despreocupadas.


Ejército de Santas en un centro comercial de San Francisco

Tampoco es de extrañar que fuera en esta ciudad dónde se iniciara esta performance lúdica. San Francisco es una ciudad pionera en ¨everything goes¨, es decir, todo puede ser y todo es admisible. Los sanfranciscanos han logrado encontrar cierto equilibrio en las rarezas de los vecinos que pueden ser de cualquier color, nacionalidad, religión u orientación sexual. Como algún sanfranciscano me dijo una vez: ¨Aquí somos todos refugiados políticos del resto del país¨. Así que, si hay una ciudad a la que se le ocurriera darle un viraje surresalista a la frase ¨Santa is coming to town¨ (Papá Noel ha llegado a la ciudad) interpretándola literalmente, tenía que ser San Francisco. Los sanfranciscanos solo se quejan de que el Santacon se haya convertido en una borrachera multitudinaria que empieza ya a las 10 de la mañana. La policía no da abasto a arrestar Santas borrachos y borrachas para que duerman la mona en comisaría. Y los dueños de los bares de la zona no dan abasto a limpiar los lavabos de vómitos. En resumen, si uno no va de Santa es mejor que se quede ese día en casa.



miércoles, 17 de diciembre de 2014

El destino de la línea 4


El tranvía 4 recorre la ciudad de Róterdam de punta a punta

Solo hay un tranvía que llega hasta mi barrio, la línea 4. Recorre la ciudad de punta a punta en un trayecto de hora y media. Durante este recorrido la fisonomía de la ciudad va cambiando acorde con los barrios que va cruzando.
El tranvía sale de Marconiplein que está en el barrio de  Delfshaven.  Delfshaven se divide entre dos zonas: una con vidilla cultural, teatros, restaurantes,  un puerto antiguo y los canales típicos del paisaje holandés y la otra, la que se caracteriza por la variedad y diversidad de nacionalidades. Desde el tranvía se ven los supermercados chinos-indios (a partir de aquí les llamaremos tokos, que es como se autodenominan), colmados regentados por familias turcas, peluquerías caboverdianas para pelo afro, boutiques con saris y hennas, zapaterías con gran profusión de chancletas doradas, cafés de pipas de agua colindantes con otros cafés estilo El semáforo, donde panzudos holandeses  fuman afanosamente ante la puerta entreabierta por donde sale un fuerte olor a cerveza y a moqueta sucia. Los viajeros que suben y bajan durante este recorrido llevan chilabas y las mujeres, además, jihab. Otras pasajeras llevan esos complicados peinados afro que son un verdadero alarde de peluquería creativa.

En el Nieuwe Binnenweg se encuentran las tiendas más curiosas de la ciudad

La línea 4 se acerca al centro de la ciudad subiendo por el Nieuwe Binnenweg, una larga calle que recorre todo el casco antiguo. Esta es una zona esponjada con tiendas de diseñadores independientes, talleres de orfebres, restaurantes foody y locales en los que no se sabe exactamente qué venden.
A medida que el tranvía se va parando ante las tiendas shabby-chic típicas de la zona, suben y bajan mujeres de mediana edad con el pelo blanco corto, ropa de diseño escandinavo y gafas de colores. En estas paradas también se materializan a veces jóvenes hipster e incluso algún gótico.

Una vez el tranvía llega a la Station Centraal (la estación de trenes recién estrenada en 2014 y el orgullo de la ciudad) el público se convierte en un batiburrillo de todos los colores, olores, edades y sexualidades. Y se llena de bote en bote.
Ya saliendo del centro bien cargado de gente,  la línea 4 enfila hacia el llamado Oude Noorden, es decir, el antiguo norte de la ciudad. Vamos dejando atrás los gimnasios pijos y las escuelas de diseño del centro para adentrarnos de nuevo en el mundo de los coffeeshops, los tokos, las peluquería afro, los colmados de Anatolia y las chancletas doradas.


Parada de la línea 4 en el Oude Noorden

Una vez pasados dos supermercados tamaño jumbo con precios mini, el barrio Oude Noorden termina abruptamente al llegar a la Station Noord, la frontera entre los pobres y los ricos. En esta pequeña estación de tren empieza el barrio de Hillegersberg.
Este barrio había sido un pueblo a las afueras de la ciudad de Róterdam, pero ésta ha ido creciendo tanto que ha engullido a Hillegersberg y otras localidades de los alrededores. Para ser exactos la ¨anexión¨ la realizaron los invasores alemanes durante la guerra  (1940-1945)  porque querían ciudades lo más grandes posibles en honor del Führer.

El recorrido del tranvía 4 por el barrio de Hillegersberg, que es donde termina su recorrido, es poco menos que triunfal. El tranvía serpentea plácidamente dejando mansiones, parques, chalés y canales a derecha e izquierda. Ahí sí que el cambio en la población es evidente. Para empezar el tranvía va medio vacío. Solo quedan parejas de mediana edad bien vestidas, jovencitas con ortodoncia, adolescentes guapos aunque pasto del acné, mujeres cargadas con compras hechas en el centro,y jubilados con pantalón a cuadros y pullover amarillo. También hay variedad étnica pero no son ya los clientes de las zapaterías de chancletas doradas. Se ve a una japonesa  cargando una funda de violín, a americanos de la American School que se encuentra dos paradas más adelante y algún español,  o algún francés que vive por esta zona muy solicitada por los ex-pats que solo se quedan una temporada viviendo en Róterdam.

Así de vacío va el tranvía  4 llegando a Hillegersberg

Ahora voy a confesar mi secreto: cuando subo a un tranvía lleno en, digamos, la estación central, me planto al lado de los asientos ocupados por los potenciales clientes de los tokos o de los bazares. Solo tengo que esperar que el tranvía llegue al Oude Noorden para poder sentarme.  Como si de un Triángulo de las Bermudas social se tratara, los pobres desaparecen antes de llegar a Station Noord dejando asientos libres a los ricachos que vivimos en Hillegersberg.
A veces me equivoco: el chico negro sigue sentado ya pasado el Triángulo de las Bermudas, o la chica de los grandes zarcillos dorados y las cejas pintadas casi al óleo sigue tan pancha leyendo su libro hasta que llega a mi barrio.
Entonces me alegro mucho. Me alegra haberme equivocado  y ver que, a pesar de lo que sus padres esperaban de ellos, o de lo que sus maestros no esperaban, a pesar de lo que sus familiares les dijeron o de las críticas de sus vecinos, estos dos han conseguido salir del barrio. Han podido deshacerse de su destino de tokos y chancletas doradas para poder ser ellos mismos. Para poder ser quiénes quieren ser.



sábado, 13 de diciembre de 2014

El valle inquietante



El mes pasado estuve en  un congreso sobre nuevas tecnologías en el comercio y los negocios. Entre las diferentes presentaciones, apareció un pequeño robot que bailaba y se movía de forma tan graciosa y humana que me dejó encandilada. No era yo sola la que se sintió enternecida por el pequeño robot bailarín. Un corro de mujeres jóvenes estaban en cuclillas fotografiando y grabando al ingenioso robot-niño. Su atractivo era indudable y el efecto devastador en la población femenina, evidente. En aquel momento comprendí que los robots van a formar parte de nuestra vida. Este pequeño personaje va a cumplir el papel que hasta ahora reservamos a los animales de compañía. Ya veo este pequeño ser como el nuevo compañero de ancianos, niños y solitarios. Un ser que se mueve como un niño, no es nunca agresivo ni caprichoso, no ensucia (al contrario, ¡limpia¡), y que a fin de cuentas, acompaña.  

Robot visto en JaarcongresECP2014 en La Haya, el 20 de noviembre 2014

La cuestión es dónde está el límite entre la ternura y la grima. ¿Cuándo deja un robot de conmovernos para pasar a inquietarnos por su casi-parecido con nosotros?. En robótica se conoce el efecto grima como el Valle Inquietante, es decir, este punto ciego entre el "otro" y nosotros. Yo diría que este ¨valle¨ inquietante no atañe solo a los robots sino también a otras especies. Cualquiera que haya visto en su momento a Copito de Nieve, el gorila blanco del zoo de Barcelona, sabe a lo que me refiero. El gorila blanco de ojos azules miraba fijamente a los visitantes, de una forma tan humana que daba ´grima´. Solo para sentir la profundidad de esta inquietud vale la pena ver la película The dawn of the planet of the apes (El amanecer del planeta de los simios). La historia no es terriblemente original pero la animación y los efectos especiales se acercan peligrosamente al Valle Inquietante. Si el acercamiento entre especies está en el futuro no es entre las especies humanas y animales sino entre los seres humanos y los robots, los androides que vamos a crear. Y no estoy segura de que sea una mala idea. Al fin y al cabo, vale más convivir con una especie hecha a nuestra imagen y semejanza que con especies con un ADN diferente al nuestro.

¿A qué da grima? Fotograma de la película El amanecer del planeta de los simios.

martes, 30 de septiembre de 2014

Luz a rayas

Mirando esta luz de las persianas medio bajadas sentí una difusa nostalgia mezclada con la seguridad que no da lo conocido desde la infancia. Era esa luz de las persianas medio bajadas a la hora del mediodía cuando el sol está en el punto más alto. Una imagen sugerente para los españoles que miran la foto. Nos recuerda las lentas tardes de verano, días de lentitud y bochorno. Quizás el despertar de una siesta demasiado larga. Quizás cierta desorientación sobre la hora del día.

En cambio, esta instantánea es para un nórdico una imagen de postal, una bonita foto o quizás un montaje fotográfico. En Holanda no hay una relación sentimental con la persiana. Esta luz difusa, cortada a rayas, no pertenece al paisaje diario de este país. Tampoco la imagen sugerente de un interior medio oculto por una tupida persiana. Al contrario, si algo llama la atención al recién llegado a Amsterdam o La Haya es ver que las casas de planta baja tienen grandes ventanales sin visillos. La ausencia de cortinas convierte los íntimos interiores en escaparates. Como es sol es escaso no es cuestión de ponerle obstáculos, piensan los holandeses. A más luz entre en la casa mejor. El nombre que se usa para describir una casa adosada lo dice todo: doorzonwoning que se podría traducir por casa atravesada por el sol. Y así se van formando nuestros paisajes interiores.

domingo, 31 de agosto de 2014

Los tesoros de Medina-Sidonia: el primer Indiana Jones

El libro Los tesoros de Medina-Sidonia tiene también otro título: A la sombra de la muerte. Los dos títulos son igual de acertados porque esta novela del hispanista holandés Johan Brouwer se lee como una novela de aventuras y como un estudio filosófico de la búsqueda de la muerte.

Este es un libro como hay pocos. Es un libro inédito en España a pesar de que en Holanda ya se ha editado  tres veces. Esta edición en castellano permite al lector español acceder a esta obra y a este autor únicos. Los tesoros de Medina-Sidonia describe la guerra civil española vista a través de los ojos de un extranjero de una forma solo comparable a George Orwell. Pero así como éste se ciñó al estilo periodístico, Brouwer escribió una obra de ficción. La novela narra la experiencia de un estudiante holandés, Maarten van de Moer, que decide enrolarse en las Brigadas Internacionales en el año 1937 para defender la República. Gracias a él podemos ver como era la situación en Barcelona, Madrid y Valencia, quiénes eran los brigadistas y como vivía la guerra española un europeo en los años treinta que no sabía aún lo que ocurriría en su propio país al cabo de unos años. El joven holandés que llega a la turbulenta España del final de los años treinta es un personaje enamorado, frustado por la muerte de su amada, confuso, culto e ignorante a la vez. Su motivación para luchar es ambigua porque tiene tanto de insatisfacción personal como de idealismo. Los encuentros del protagonista con  brigadistas procedentes de otros países va aclarando al lector la razón que motiva a un extranjero a arriesgar su vida en un país que no conoce de nada y al que no le une ningún lazo afectivo.

Este aspecto intercultural hace la lectura de la novela ya de por sí fascinante. En mi opinión son estas pinceladas, por lo auténticas, las que reflejan una experiencia personal del autor. Pero la novela no se queda solo en este testimonio de la psicología de cierto tipo de yihadista, sino que avanza haciendo sorprendentes incursiones en otros temas. Nuestro estudiante es un estudioso, o al menos, siente curiosidad por la parapsicología. A causa de su curiosidad la novela deja en ciertos momentos de ser solo testimonial para acercarse a la novela fantástica y desde ahí, da un salto a la la novela de aventuras. Como un Indiana Jones avant la lettre, nuestro héroe se ve enfrentado a misterios de origen arqueológico rodeados con un halo de magia. En realidad la novela de Browuer ofrece varias lecturas, que aunque no estén todas ellas solucionadas con la misma fortuna, resultan siempre sorprendentes y originales. Estamos ante un libro de aventuras que es a la vez histórico, mágico, místico y erudito. Porque Brouwer no deja pasar la oportunidad de mostrar su profundo conocimiento de la historia de España, siempre aprovechando las visicitudes por las que hace pasar a su protagonista. Todo esto convierte el libro en un verdadero page-turner que se devora ávidamente.

Johan Brouwer durante la guerra civil española, probablemente en Madrid.

Quizás para comprender mejor la originalidad del libro, se tenga que conocer a su autor, ya de por sí un personaje igualmente inclasificable. El subtítulo de la novela: A la sombra de la muerte, no es baladí. El coqueteo de Brouwer con la muerte se inició a temprana edad y ya no le abandonó. Este hispanista, especializado en los místicos del Siglo de Oro, inició sus estudios desde la cárcel donde cumplía condena por complicidad en un asesinato cometido por su hermano. Allí empezó a leer San Juan de la Cruz y a Teresa de Avila, lecturas que despertaron su misticismo y su vena intelectual llevándole a licenciarse e incluso escribir una tesis doctoral sobre el tema. Al inicio de la guerra civil española, Brouwer daba clases en la universidad de Amsterdam. Su misticismo, junto a cierta ingenuidad, le hicieron tomar partido por el lado que el consideraba el más conservador, es decir el bando que el creía que literalmente podía "conservar" la parte de España que él más amaba: la historia y la literatura. Después de hacer varios viajes a España y de ver con sus propios ojos el conflicto, Brouwer fue cambiando de tercio, convirtiéndose en un defensor del bando republicano. Al finalizar la contienda española, la lucha no finalizó para él. La invasión de Holanda por la Alemania nazi tuvo inmediatas repercusiones para Johan Brouwer. Siendo ya señalado como activista pro-república fue expulsado de su puesto de la universidad de Amsterdam. En marzo de 1943, Brouwer, junto con otros once miembros de la resistencia antifascista, puso una bomba en el Registro Civil de Amsterdam. El objetivo era destruir los archivos donde se encontraban datos de 70.000 judíos holandeses que vivían en la ciudad. El atentado solo consiguió destruir una parte del registro. El grupo consiguió huir sin ser aprehendido pero fueron denunciados por un miembro del NSB (Partido Nazi holandés). Brouwer murió fusilado a causa de esta acción en julio del 1943. 

A causa de su prematura y heroica muerte, Brouwer no pudo comprobar si se convertían en realidad sus temores de que Europa se perdiera en manos del comunismo o del fascimo, tal como expresaba su protagonista de Los Tesoros de Medina-Sidonia. Esto hace que la novela sea un documento aún más auténtico: está contada por un protagonista de la época.

Lo que hace la novela aún más interesante es que este protagonista no fuera español sino un holandés, un europeo que intuía claramente (quizás de forma sobrenatural, tal como a él le gustaba) que la guerra civil no era solo un conflicto local sino que allí se estaba debatiendo el futuro de Europa.

Los tesoros de Medina-Sidonia está editada por Berenice y traducida del neerlandés por Isabel Lorda, la cual también ha escrito un epílogo que resulta esclarecedor e informativo para conocer mejor la singularidad de la figura de Johan Brouwer.

jueves, 3 de abril de 2014

Estación central (II)

El puente-túnel de la estación Hilversum Media-Park

Que Rótterdam tenga una estación tan concurrida y espectacular no me sorprende. Al fin y al cabo Rótterdam es una gran ciudad, al menos para las proporciones holandesas. Aquí no hay ninguna ciudad que supere el millón de habitantes, ni siquiera Amsterdam. Lo que me sorprende es que una ciudad como Hilversum, que no llega a los 87.000 habitantes, tenga tres estaciones de tren. Una estación para en el centro y las otras dos cerca de los estudios de filmación y el magnífico archivo nacional de imagen y sonido, el Beeld en Geluid Instituut.

Los archivos de la imagen y el sonido

Estos estudios están en el Media Park, lugar tristemente famoso porque aquí fue donde asesinaron a Pim Fortuyn, el político rebelde e inclasificable que arrolló en el año 2002. Pim Fortuyn acabó, en cuestión de meses, con la socialdemocracia `por defecto` que dominaba el panorama político holandés. Después de él, han ido apareciendo los políticos populistas, más o menos derechistas, más o menos liberales, que han conseguido desconcertar totalmente al elector. El desconcierto no lo causan solo los políticos populistas sino también los socialdemócratas que adaptan eslóganes de los populistas (¡sobre todo hay que hablar con firmeza!)para atraer a los votantes. El resultado final es que en el año 2014 votar en las elecciones holandesas es cada vez más complicado. Hay que leer atentamente el programa de cada partido para saber sobre qué temas cada partido está a favor y en contra. Mejor dicho, hay que leer varios programas porque hay tal fragmentación que ningún partido puede gobernar solo. Cada voto es una apuesta para una posible coalición. ¡Con lo fácil que era antes! O uno votaba a los socialdemócratas que hacían coalición con los verdes o uno votaba a los liberales que hacían coalición con los cristiano-demócratas.

Una vez bajo del tren en el centro de Hilversum y enfilo por las bien cuidadas calles de la ciudad me da la impresión de que aquí no ha ocurrido nunca nada desagradable. Esta población es el epítema de la vida amable y tranquila holandesa: gente mayor con abrigos de colores, niños en manada yendo a la clase de hípica, jardines a reventar de flores, librerías, tiendas de ¨cosas¨ innecesarias, ¡incluso un Starbucks en la pequeña estación!. Ah, veo que me he desorientado y no encuentro la calle que busco. Paro al primer viandante que pasa por mi lado, un chico de unos treinta años que lleva el pelo largo y va vestido de forma muy relajada. Es tan extremadamente amable que incluso me acompaña unos metros para que vaya por la dirección correcta. De repente levanta la mano para despedirse, me desea buena suerte y entra en un café. Miro el nombre del tal café: Coffeeshop Easy Times. De la puerta abierta emanan unos efluvios de porro que tiran de espaldas. A las 10 de la mañana.

Pienso - Vaya hombre, vaya suerte tengo, en el sitio más burgués y tranquilo de Holanda voy y le pido indicaciones al pot-head del pueblo. ¡Vete tú a saber a dónde me ha mandado!.-

martes, 1 de abril de 2014

Estación Central (I)

Voy varias veces a la semana a Hilversum, un municipio relativamente grande al lado de Utrecht. No sería una ciudad muy conocida sino fuera porque los que allì trabajan sí que son conocidos. Los   estudios de televisión ocupan la mitad de la superficie urbana. Las calles y avenidas de la ciudad tienen los nombres de los actores y presentadores más conocidos de Holanda. Los habitantes de la ciudad trabajaban en gran parte en la industria televisiva. Esto explica que hayan constantemente trenes conectando Hilversum con el centro neurálgico más cercano: Utrecht.

 Para ir de Rotterdam a Hilversum tengo que coger tres trenes haciendo transbordo en tres estaciones diferentes. Las estaciones holandesas se han modernizado tanto últimamente que parecen centros  comerciales-gastronómicos  más que estaciones de tren. Hay bares, cafés y restaurantes de todo tipo: pasta italiana, wraps asiáticos, patatas fritas belgas, bombones ídem, pastelerías Dudok, bocadillos biológicos, bollos de canela, ensaladas, zumos y, naturalmente, mi favorito: Starbucks. Me gusta mucho el café que hacen allí, me recuerda mi querida ciudad de San Francisco y me proporciona siempre diversión ver como escriben cada vez mi nombre mal.

Para los que no estén familiarizados con el protocolo de esta cadena de cafeterías proveniente de Seattle, les diré que fueron los early adaptors del sistema informal de comunicarse con la clientela, al estilo impuesto por Silicon Valley. Esta informalidad Google, o campechanería, que le diríamos en español, se ha convertido en etiqueta. Cuando el cliente hace su pedido en la caja, el "barista" de turno le pide el nombre de pila y lo apunta con un rotulador en el vaso de cartón (que seguramente ha costado dos árboles del Amazonas). Seguidamente otro barista después de hacer el café/capuchino llama al cliente por su nombre, tuteándole. Mi nombre es tan complicado para los baristas holandeses de esta cadena americana que me llaman cualquier cosa: Eginia, Ugina, Egenia. Ahora me divierto dando un nombre diferente cada vez. A veces me llamo Kalinda, a veces Marilyn o Dharma. Depende del libro que esté leyendo o la serie que esté viendo.

En la estación central de Rótterdam han instalado la pantalla más grande de Europa en la que proyectan escenas que hacen alarde de la belleza "dura" que caracteriza a la ciudad: puentes, contenedores, barcazas fluviales, edificios de gran atrevimiento arquitectónico, todo ello enmarcado en pertinaz lluvia. Como en Seattle.

Aconsejo a cualquiera que visite la ciudad, aunque sea sólo por unas horas, que se siente un rato en una de las cómodas butacas de Starbucks y se entretenga mirando los viajeros que se apresuran en la nueva estación y la gran pantalla rectangular en la que se proyecta como la ciudad gana dinero.

Havenbedrijf Rotterdam schenkt grootste indoor scherm van Europa aan Gemeente from Ngage Media on Vimeo.