En Girona me alojé en un encantador hotelito llamado Bellmirall. Me gusta el interior que está decorado combinando la rusiticidad de las piedras milenarias con un ambiente acogedor parecido a un cottage inglés. El ambiente está muy cuidado y revela una mano artística que ha dado soluciones creativas a los rincones perdidos. El trato es familiar y personal como el interior. El único inconveniente son las campanas de la catedral que suenan cada cuarto de hora... incluso por la noche. Por suerte, un par de tapones para los oídos solucionan el problema.
Tengo mis propias asociaciones con Girona. Una de ellas es Josep Pla, escritor al que he ido concociendo mejor los últimos años a raíz de mi investigación sobre Aly Herscovitz, alemana y judía, con la que mantuvo una relación en el Berlín de entreguerras.
Me gusta el monumento recordatorio de Josep Pla en Girona. Se trata de un montón de libros de gran tamaño apilados, aparentemente, al azar. Un adecuado recuerdo para un escritor al que la imagen y la posteridad no le interesaban demasiado. Su vida se centró siempre en escribir y en "levantar acta de la vida" como bien dice Xavier Pericay. Este afán por escribir lo que veía a través de sus ojos le convirtió en el escritor más prolífico en lengua catalana. Y en uno de los más leídos gracias a la accesibilidad de su estilo. En un empeño casi más americano que europeo, Josep Pla buscaba una forma de describir la realidad con las palabras adecuadas para ello, evitando los juegos intelectuales. Pla no tenía miedo de que le entendiera todo el mundo y no necesitaba esconderse detrá de cortinas de humo de términos incomprensibles.
En este sentido fue un gran innovador de la literatura catalana ya que ésta con el noucentisme que imperaba en su época apostaba por la forms más estética de la literatura.
Al igual que Raymond Chandler, que renovó la novela policíaca trasladando el crimen de las salas de la alta sociedad (al estilo de Agatha Christie) a la calle, donde pertenecía, Josep Pla también tiró el jarrón chino de la literatura catalana por la ventana y lo puso en la calle, donde pertenecía.
El restaurante
Paseando fuera del casco antiguo de la ciudad, llegué por chiripa a un restaurante llamado Cala Mar, especializado en pescado fresco. Es un pequeño restaurante de decoración sencilla y elegante. El trato es familiar y la comida es de gran calidad. Qué más quiere uno. La filosofía del restaurante es que ¨lo que hay en la carta es solo lo que podría haber¨, dependiendo de lo que haya en el mercado.
Allí descubrí el arroç al llobregant. De hecho descubrí también lo que es el llobregant, un crustáceo de la familia de la langosta. Hay que encargar el arroz por adelantado porque no siempre hay llobregants en el mercado. Es un arroz caldoso con un profundo gusto a langosta. Una verdadera delicia.
La leyenda
Un de las leyendas de la ciudad es que hay que, para volver a Girona, hay que besar el culo de la leona. Así lo dice la leyenda. Este capitel se encuentra en la Plaça San Félix, en el casco antguo de la ciudad. Para poder encaramarse hay unos escalones.
Hice bien en encaramarme y hacerlo de lo cual dejo aquí testimonio gráfico.
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