Hay otros pasajeros esperando. A mi lado se sienta una mujer de rasgos y estilo orgullosamente africanos: piel oscura y peinado lacado en caprichosas formas antinatura. Delante de mí, está esperando otra mujer joven. Su cuerpo pequeño y bien proporcionado me hace sospechar que es de procedencia asiática. Cuando se gira veo que, efectivamente, es así. A su lado hay otra chica morena con formas algo más voluptuosas. Una pareja se para y la saludan. Les oigo hablar en papiamento, la lengua de las Antillas holandesas. Más allá hay dos chicas holandesas hablando, deduzco que lo son porque las dos son rubias y tienen las piernas muy largas. Un poco más allá veo una chica con rasgos claramente mediterráneos, debe ser turca si tenemos en cuenta las estadísticas de la población en la ciudad de Rotterdam.
Yo, por mi parte, soy un vehículo de ADN mediterráneo. Llega el tranvia y todos los diferentes ADNes subimos al tranvía que nos lleva a nuestro destino.
Pienso en la simbología del tranvía en el que estamos todos subidos para hacer este viaje. Diferentes herencias genéticas, diferentes rasgos raciales viajando juntos por la vida. Lo que nos une es el tranvía y que lo necesitamos para ir del punto A al punto B.
Visto así no parece el tema de la integración tan complicado: basta con tener necesidades comunes y tareas que realizar en las que nos necesitemos los unos a los otros.
La realidad es mucho más complicada, evidentemente. Pero durante este viaje en tranvía de media hora disfruté de la sensación de pensar que había encontrado la solución a la integración ciudadana.
* o como dijo Rodney King: why can not we all get along?
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