Eugenia Codina Desde mi ventana

sábado, 20 de septiembre de 2008

¿Está Google haciéndonos tontos?



Este es el título de un artículo de Nicholas Carr en The Atlantic. Es una muy buena pregunta porque yo misma me reconozco muy bien en las observaciones del escritor sobre el comportamiento lector de personas educadas en el mundo acádemico del texto y el razonamiento científico después de usar Google durante unos cuantos años. Tiene razón: como el dice cada vez me cuesta más leer textos largos para no mencionar libros de cientos de páginas. También me reconozco en la forma de leer fragmentaria: al cabo de dos pantallas, puedo pasar a otro vínculo y de éste al siguiente y no volver nunca más al primero.
Resulta alarmante la idea de que no solo son los estudiantes y alumnado de los colegios los que están leyendo así, sino que los científicos también están siendo guiados por Google en su selección de artículos. Google no llega a todos los archivos de todas las bibiliotecas, y a causa de sus algorimos de búsqueda, pone el artículo más buscado al principio de la página.

Si los científicos están influidos por Google de esta forma no me parece que la razón es que el buscador les haya vuelto tontos, sino simplemente vagos. Que un adolescente, cliente del Rincón del Vago se conforme con una búsqueda superficial en Google es aceptable (y le da trabajo a los profesores porque tienen que enseñar a los alumnos a buscar) pero que lo haga un científico entrenado en la duda metódica me parece más una carencia de conocimientos metodológicos que producto de la estupidez googeliana.

Sin embargo, la afirmación más trascendente del artículo está en la sugerencia del autor de que después de años de trabajar en línea con buscadores el cerebro se ha modificado. Es decir, no es ya ignorancia o vagancia sino que el cerebro ha hecho ciertas conexiones y ha dejado de hacer otras. Un argumento verosímil si vemos como funciona el aprendizaje en general: no es más que conexiones entre células.

Me parece un buen tema para investigar y si alguien sabe si ya se está investigando, me gustaría saberlo.


*Más información se encuentra en el blog de Nicholas Carr y en su libro Big Switch (El gran cambio: de Edison a Google)

4 comentarios:

Bremaneur dijo...

Si no recuerdo mal hay varios estudios dedicados a este tema. El volumen de información es excesivo y existe el peligro de que ello degenere en una forma de leer que sea muy superficial. No obstante, también es posible que se aprenda a discernir qué información es pertinente y qué información no lo es.

Lo que no entiendo es de dónde sale esa información sobre el cerebro y las conexiones. ¿En qué estudios se basan?

Yo estoy pegado todo el día a internet y sigo encontrando tiempo para leer novelones. Puedo picotear aquí y allá artículos, sacando la información que necesito al primer vistazo, y a la vez leerme Los gozos y las sombras, que es lo que estoy haciendo estos días.

Eugenia dijo...

Sobre este tema escribe Maryanne Wolf en Proust and the Squid: The Story and Science of the Reading Brain. Viene a decir que leer no es una función primaria del cerebro sino que es algo que el cerebro ha aprendido. Para que el cerebro pueda ¨leer¨ tiene que haber nuevas conexiones neuronales en el orden adecuado para que pueda convertirse en un buen lector. Según Wolf estas conexiones son demostrables y visibles. Ahora bien, como dice Wolf, si las conexiones no se hacen en el orden adecuado pueden dificultar la lectura. Este sería el caso de leer superficialmente con google, pasar de un vínculo a otro, etc.

Por lo que dices de tus hábitos lectores tú debes ser de los lectores que han hecho las conexiones de la forma adecuada y ahora te puedes adaptar a la forma ¨moderna¨.

Abrazo,
Eugenia

Anónimo dijo...

Ese texto de Carr me sugiere una escena del Paleolítico en la que alguien se queja ante la primera hacha de sílex de que pronto van a desaparecer los dientes de las bocas de los humanos. No habrá sido Platón el primero que lo dijo... Hay sobre todo una frase, que sólo figura en la versión española, al principio, y que me parece un desliz: "Lo que Internet le está haciendo a nuestros cerebros". Si ese es el resumen que el responsable del blog quiere hacer llegar, el desliz es grave.
Algunos miles de años después de aquella primera hacha de sílex, ya deberíamos estar hechos a las herramientas. Y dos mil y pico de años después de Sócrates, deberíamos conocernos un poco mejor. Yo, por lo menos, me siento responsable de mis propias perezas cuando salto de un "link" a otro y no vuelvo al primero, que también me pasa. Pero eso ne me ha impedido leer in extenso este artículo, que no es de los más largos, en las dos versiones, y encontrar al final que la reflexión que propone es muy útil: su certero diganóstico de la tendencia a la dispersión que facilita la herramienta. Si me dejo llevar por ella, me pierdo la profundidad y me convierto en un ser "pancake" ("home filloa", como podría decir algún famoso intelectual orgánico). Es el mismo hombre "unidimensional" de finales de los sesenta.
El que quiera seguir siendo un vago, que lo disfrute, pero los curiosos, lo que no tienen miedo a quemarse con el fuego, o a cortarse con las esquirlas del sílex o a pasar de la pluma de ganso al Word Perfect, en realidad lo tienen ahora mucho más fácil que nunca, y no tienen por qué dejar de ser dueños de su pensamiento.
Saludos,
Iñigo Valverde

Eugenia dijo...

Hola Iñigo,
gracias por visitar el blog y por leerlo.
Estoy de acuerdo contigo en que no hay por qué tener miedo a los cambios que nos traen los nuevos instrumentos. Desde el papiro a la imprenta el hecho de ¨leer¨ ha ido cambiando y adaptándose.
Sí que creo que hay que seguir estos cambios con los ojos abiertos y reflexionar sobre ellos para que nos sean de utilidad y no para reafirmar la pereza mental.
Por esto va bien leer a autores como Carr, porque piensan de forma origina sobre estos temas.

Por cierto, si miras en el artículo original verás que encima del título se encuentra la frase: What the Internet is doing to our brains. Es decir, que no solo se encuentra en la versión española.

Saludos cordiales,
Eugenia