Hace dos semanas estuve en la playa de Hoek van Holland. Era el primer día que hacía sol en todo el año. A causa del frío, los paseantes íbamos protegidos con abrigos, bufandas y guantes. A pesar de esto, los holandeses estaban tan contentos de ver el sol como los caracoles después de la lluvia.
Paseando por esta playa, que está en el municipio de Rótterdam, me fijé en lo distinto que era este paseo por la playa a mis recuerdos de pequeña en las playas barcelonesas. Ir a la playa en mi infancia significaba pasar calor, nadar y celebrar el verano. Aquí no. Aquí veo contenedores de petróleo en el horizonte, molinos de viento, paquebotes haciendo cola para entrar en el puerto. Y más lejos, buques de carga. Como diría un holandés pragmático: huele a dinero.
Al pasar por la escollera me topo con un búnker. No es una metáfora. Literalmente, un búnker emerge entre las arenas de la playa. Más allá veo un grupo aparcado delante de una casamata. En realidad, hay cientos de búnkeres cubiertos por la arena. Ya nadie sabe cuántos son. Es el Atlantikwall.
El Atlantikwall, o el Muro Atlántico, fue la gran pifia estratégica del ejército alemán durante la II Guerra Mundial. Una obra faraónica que comprendía 15.000 fortificaciones que iban de Francia hasta Noruega. Reforzaron sobre todo la zona de Hoek van Holland porque se temían (no sin lógica) que si había un desembarco aliado, sería por allí. Inglaterra está solo a unas cuantas horas en barco de distancia. En la actualidad es el punto de más tráfico marítimo entre Holanda e Inglaterra.
Este esfuerzo en construir una línea de defensa fue un gasto inútil porque los aliados desembarcaron en Normandía después de engatusar a los servicios de inteligencia alemanes con figuras tan inefables y extravagantes como Garbo. Al menos, si hay que creer la descripción del historiador Ben Macintyre en La historia secreta del día D. Y ahí han quedado para la posteridad estas cáscaras de cemento armado que las nuevas generaciones ya no saben ni dónde están ni para qué sirven. Ahí está, enterrada y olvidada, la vieja Europa en guerra consigo misma.
Bajo la arena de la playa se esconde una cadena de búnkeres que se extiende por la costa europea.
2 comentarios:
Justamente el hecho de estar hecho de piedra da cierta certidumbre de que generaciones venideras se acordarán de lo que paso, un poco como la muralla china, que también pretendia mantener fuera los indeseados. Solo se olvida cuando desmantelen esos "monumentos", por eso habia tanta oposicion cuando querian desmantelar aun mas del muro de Berlín.
Aquí comparan el Atlanticwall con la Muralla China por lo colosal de la empresa. Abra uno de los búnkers es museo, otros están a la vista e incluso hay uno al que se le ha anexado un restaurante. Esta bien que se recuerde.
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