La primera vez que me ocurrió fue cuando estudiaba en la universidad de Utrecht. Un estudiante se dirigió a mí porque me había confundido con otra estudiante española. Un poco picada, le contesté sarcásticamente: Claro, todos los chinos son iguales. Comentario del que me arrepentí enseguida porque vi que el interpelado se ponía como un tomate y balbuceaba una confusa disculpa.
Después, al paso de los años, me ha ocurrido varias veces que me han confundido con otras mujeres mediterráneas de mi entorno. En todos los casos, las personas en cuestión, a pesar de conocernos personalmente no distinguían entre la otra persona y yo cuando nos veían por separado. Algo similar a lo que nos ocurre con los gemelos.
La pregunta es: ¿es verdad que no distinguimos las diferencias en las caras de otras razas?. Intuitivamente parece que es así, que distinguimos mejor caras de nuestro grupo racial.
Los científicos también han estudiado y siguen estudiando este fenómeno. En el blog sobre sobreneurociencia, Sapere Audere, Anibal Monasterio describe este intesante dilema: estamos evolutivamente así programados. Esto implicaría que es inevitable que preferamos a caras del grupo racial al que pertenecemos y que por tanto los prejuicios son inevitables.
En cambio, otros estudios como los de Daniel Levin, aseguran que no se trata de que no podamos reconocer las caras, sino que no lo hacemos. Es decir, dejamos prevalecer el rasgo ¨raza¨ sobre el rasgo ¨persona¨ y así como los ojos de nuestro interlocutor nos recuerdan los ojos de otra persona que conocemos, si nuestro interlocutor es asiático, sus ojos nos parecen representativos de todos los millones de chinos que no conocemos.
La cuestión es que este tema es cada vez más relevante debido a la globalización y a la convivencia de diferentes caras en nuestra vida diaria. Porque mientras todo el mundo se queda en su casa no hay conflictos: el racismo viene cuando los diferentes grupos tienen que formar una convivencia, tal como se sabe en los Estados Unidos desde el principios de su formación.
En Europa estamos ahora empezando a formar una nueva civil society: hace veinticinco años, una estudiante americana de Nueva York que visitaba Barcelona me comentó que lo que le llamaba más la atención era que no había mezcla de razas entre la población, es decir, que todos nos parecíamos.
En treinta años la variedad étnica ha cambiado espectacularmente, no solo en Barcelona sino en el resto de Europa: Francia, Inglaterra, Holanda, Alemania y los países escandinavos son todas sociedades que están pasando por este cambio.
Por lo tanto, la cuestión de personalizar las caras en lugar de verlas como una representación étnica parece el siguiente paso evolutivo que, como humanos, tenemos que hacer estemos programados o no para ello. En definitiva, el mundo va cada vez más hacia un mestizaje producto de la mezcla de razas y las preferencias personales e individuales de cada cual.
Los científicos también han estudiado y siguen estudiando este fenómeno. En el blog sobre sobreneurociencia, Sapere Audere, Anibal Monasterio describe este intesante dilema: estamos evolutivamente así programados. Esto implicaría que es inevitable que preferamos a caras del grupo racial al que pertenecemos y que por tanto los prejuicios son inevitables.
En cambio, otros estudios como los de Daniel Levin, aseguran que no se trata de que no podamos reconocer las caras, sino que no lo hacemos. Es decir, dejamos prevalecer el rasgo ¨raza¨ sobre el rasgo ¨persona¨ y así como los ojos de nuestro interlocutor nos recuerdan los ojos de otra persona que conocemos, si nuestro interlocutor es asiático, sus ojos nos parecen representativos de todos los millones de chinos que no conocemos.
La cuestión es que este tema es cada vez más relevante debido a la globalización y a la convivencia de diferentes caras en nuestra vida diaria. Porque mientras todo el mundo se queda en su casa no hay conflictos: el racismo viene cuando los diferentes grupos tienen que formar una convivencia, tal como se sabe en los Estados Unidos desde el principios de su formación.
En Europa estamos ahora empezando a formar una nueva civil society: hace veinticinco años, una estudiante americana de Nueva York que visitaba Barcelona me comentó que lo que le llamaba más la atención era que no había mezcla de razas entre la población, es decir, que todos nos parecíamos.
En treinta años la variedad étnica ha cambiado espectacularmente, no solo en Barcelona sino en el resto de Europa: Francia, Inglaterra, Holanda, Alemania y los países escandinavos son todas sociedades que están pasando por este cambio.
Por lo tanto, la cuestión de personalizar las caras en lugar de verlas como una representación étnica parece el siguiente paso evolutivo que, como humanos, tenemos que hacer estemos programados o no para ello. En definitiva, el mundo va cada vez más hacia un mestizaje producto de la mezcla de razas y las preferencias personales e individuales de cada cual.
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