Eugenia Codina Desde mi ventana
lunes, 5 de octubre de 2009
De estreno
Yo vestida y peinada en el más genuino estilo de los años cincuenta. Parecía sacada de la serie Mad Men.
La semana pasada fui al estreno del musical Hairspray en el Nieuwe Luxor Theater de Rótterdam. Era el primer estreno de la temporada así que hicieron acto de presencia muchos de los personajes conocidos del mundo del teatro y la televisión. El mismo productor de la obra en cuestión, Albert Verlinde, es un conocídisimo personaje porque presenta un programa de cotilleos del mundo del espectáculo llamado RTL Boulevard.
Incluso la clase política estaba presente, desde el alcalde de la ciudad Ahmed Aboutaleb hasta el primer ministro, Jan Peter Balkenende. Un gesto de la clase política hacia la industria del teatro la cual necesita este apoyo. El montaje de este musical ha costado tres millones de euros que hay que recaudar en los próximos meses.
Ante tal presencia de beau monde en el teatro me sorprendió el entusiasmo con el que aplaudían la obra, no solo por su evidente calidad musical sino también por el mensaje. Porque Hairspray tiene un mensaje.
El musical Hairspray , que se ha filmado dos veces, en el año 1988 y en el 2007, cuenta la historia de una chica que baila muy bien pero que es un poco gordita. Su sueño es participar en un concurso televisivo de baile que se emite desde Baltimore. Al final consigue, no sin antes enfrentarse a todo tipo de prejuicios, que la seleccionen para el programa. Pero una vez ya ha entrado en el concurso no consigue que sus amigos compañeros de colegio y amigos negros (y claro, ya se sabe, grandes bailarines) puedan participar en el programa a causa de la discriminación racial. Tracy, la protagonista, organiza una protesta, la detienen, consigue salir de la carcel y gracias una habil treta, consigue que sus amigos bailen en el programa. Gran éxito. Incluso relación interracial entre su mejor amiga y el mejor bailarín negro.
Los espectadores del Nieuwe Luxor aplaudían entusiasmados ante estas ingenuas declaraciones antiracistas, explicables en el contexto del año 1962 cuando se estrenó el musical pero que, en el año 2009 en Holanda, se ven trasnochadas y sobrepasadas por la realidad.
Con ello me refiero a que estamos en una sociedad en la que el cuarenta por ciento de los jóvenes de segunda generación de origen turco o marroquí no encuentra trabajo. No pasan ni la primera selección a causa del nombre exótico. Algunos ayuntamientos holandeses, como el de Nijmegen, ya han experimentado con cartas de solicitud anónimas. En Francia y en Bélgica el gobierno ha llegado a considerar el que todas las solicitudes de trabajo se hagan solo con las iniciales.
Es en este contexto en el que resulta bastante cómico que el público de un musical de música ligera y sin pretensiones se sienta tan indignado ante la discriminación racial de otro país hace cincuenta años. Es decir, lo bastante lejano en el tiempo y el espacio como para que nos sintamos seguros al escandalizarnos antes los prejuicios de otros.
Esto me recordó una noticia que leí hace poco en los periódicos españoles. La hija de Carolina de Mónaco, Carlota Casiraghi, el epitema del pijerío, publica un periódico gratis, estilo Metro o La Farola, llamado Ever Manifesto. La diferencia está que en lugar de repartirse en el metro, el Ever Manifesto solo se reparte en los desfiles de moda. Mi escepticismo viene no de que sea gratis sino de que la publicación trata temas de compromiso social y medioambientales.
En realidad, lo que está ocurriendo es que la ecología, la corrección política y el compromiso social se han convertido en accesorios de moda: chics, banales y bien coordinados con el bolso.
Un fragmento del estreno de Hairspray el 27 de agosto. Hay una entrevista con el productor y con Jan Peter Balkenende, entusiamado con la obra:
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